Posesión

Un pequeño cuento.

***
Una gota de sudor bajó por su cuello y rodó entre sus senos. Quería gritar, quería llorar, quería morder. Sus dedos se clavaron en la cama y de su garganta brotó algo como un estertor.
***

- ¡Sal demonio! ¡Sal! ¡Este cuerpo es del señor!
El chamán con el rostro contraído y los ojos desorbitados, la roció con un líquido que tenía olor a bruma.

Yesenia siente el aroma que la hace estremecer un poco. La muchacha que se retuerce en la cama es su hermana. Su hermana la monjita, a la que todos tratan con cariño y respeto.

La niña la mira sin sorpresa. Recuerda el día en que volvió del Seminario para pasar las vacaciones. Llegó feliz. Con una pequeña mochila en las que traía una cruz dorada, cubierta de pedacitos de espejo, y una papel arrugado que ocultaba con mucho cuidado dentro de una biblia marrón.

Yesenia vió el papel por casualidad. Y supo, al ver los ojos de su hermana, que era una carta. De él.

Sin embargo, se calló.

***
Un mechón de cabello se le metió en la boca al agitar la cabeza. Era como si le faltara el aire y los pensamientos se le volvieran bolitas de colores. Gimió. Como si sintiera dolor. Y todos sus músculos se tensaron bajo la luz del mechero.
***

- Señor, protege a tu hija! Líbrala del demonio!
El hombre se agachó al lado de la cama y tomó una cadena que había hecho con cuentas rojas, pequeñas crucecitas y falanges de monitos ahuyadores sacrificados en luna llena. La meció sobre el cuerpo de la monjita, que ahora estaba inmóvil, tan joven y tan bonita, pensó, pobre, poseída por el demonio.
- Santa María, Madre de Dios...

Yesenia tiene trece años, tal vez por eso una mañana se encaramó al camarote y jaló la mochila para mirar la cruz (eso iba a decir si la descubrían). La biblia marrón cayó al suelo. Quedó abierta justo en la página en que estaba la carta arrugada. Miró a la puerta y escuchó, por si venía alguien, pero todo era silencio.

Abrió la carta. Bebita. Mi bebita linda. Te estoy esperando. Te voy a esperar siempre.

Sí, era de él.

***
Convulsionó. Los huesos le crujieron. Sintió dentro de su cuerpo algo como un animal salvaje de los bosques que se agitó furioso. Su cabello largo se desparramó sobre la almohada azul que un mechero iluminó desde una mesita.
***

- ¡Vete Satanás! ¡Esta alma es de Dios!
Agotado por los varios día de lucha, el chamán estaba ronco. Lo que, por suerte, le daba mayor autoridad a su voz. Miró a la monjita con inquietud. Sus conjuros no le proporcionaban alivio y ya los familiares de la muchacha lo miraban con rencor cuando le servían la comida.

Tal vez era hora de usar las pócimas fieras que heredó de su abuela, esas que hacían vomitar al demonio más testarudo, además de cualquier otra cosita que estuviera atorada en los conductos digestivos, como le decía a sus pacientes.

Yesenia recuerda que la siguió aquella tarde. Como por instinto lo hizo con sigilo, no quería que su hermana se molestara. Ella salió al monte con paso suave y después de unos minutos llegó a una cabaña solitaria. Ingresó. Yesenia pensó que visitaba a alguna anciana enferma y abandonada por todos.

Se quedó quieta unos minutos mientras caía el sol. Repentinamente, escuchó un ruido como de lucha y se asustó. Estuvo a punto de salir corriendo hacia su casa a advertir a sus hermanos de que algo malo pasaba en la cabaña. Pero se armó de valor y se acercó con cuidado.

***
Se asoma por la puerta entreabierta.
Los observa.
El mechero ilumina la almohada azul y su cabello.

La monjita convulsiona y sus huesos crujen otra vez. Agitada por la fiebre, tira la cabeza hacia atrás y contrae la pelvis. Luego levanta las piernas y las cruza en la espalda de él, atrapándolo contra ella. Bebita. Mi amor. Se besan como para borrar estos tres años de distancia.

Yesenia, asomada desde la puerta, piensa, es él. Y se va con pasitos delicados, mientras la noche se llena de sonidos y murmullos.
***

Durante muchos días no le contó nada a nadie. Qué parecido es el deliro del amor a la posesión diabólica, pensaba a veces, pero se callaba. Hasta la noche en que el chamán, por tercera vez, quizó darle ese bebedizo a su hermana, que ya estaba inconsciente y demacrada de tanto vomitar, y entonces se lo dijo a su madre, en una sola frase y sin respirar. Al día siguiente la casa estuvo tranquila y silenciosa.

Siete meses después el chamán fue llamado para atender el parto de la monjita y cortar el cordón umbilical.

Yesenia sigue escuchando en las noches como su hermana es poseída (la casa es tan chica, señor).

Escucha las risas, los llantos. Y, mientras se adormece acariciándose los muslos, sueña con su día. Porque ya descubrió que sólo un verdadero demonio puede poseer el alma y lanzarnos a ese mar de quejidos y lamentos que es el amor.

chaveztoro

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