También alguna vez fuí heróico...

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Hoy puse mi nombre en Google y recibí el susto de mi vida.

Según indicaba Google habían: "Aproximadamente 206,000 resultados" con la frase "Carlos Chávez Toro".

Qué hice!, pensé. Pero, oh decepción, apenas unos pocos de esos resultados se referían a mi.

Y entre ellos encontré un texto que quiero agregar a este blog.

Fue escrito en 1998, año en que Vladimiro y Fujimori eran todopoderosos y temibles. Y en que hablar de los estudiantes muertos de la Cantuta era casi como escribir una carta de renuncia a casi todos los medios de comunicación (especialmente la televisión).

Fue publicado en el sitio web de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), en dónde entonces yo dictaba clases a jóvenes aspirantes a periodistas. Que hoy, ya lo son. Y, muchos, muy brillantes.

Este es el link al sitio original, por si alguien tiene curiosidad histórica. http://www.upc.edu.pe/html/0/0/fondoeditorial/toro.htm

Y este es el texto:

Tenemos una televisión coherente


Por: Carlos Chávez Toro

Es la primera vez en su historia que la televisión peruana es un reflejo perfecto de este país: una mierda.

Un espejo casi sin distorsión de este caos de valores, de esta incultura perfectamente techada (con cancha de fútbol y computadoras, eso sí), de esta pobreza sin misericordia en la que está sumergido casi todo el país.

Y es la primera vez, también, que la televisión peruana revela de manera tan dramática su relación directa con el sueldo de los maestros.
A menos sueldo peor televisión.

Somos un país sin cultura al que, además, sus líderes han convencido de que el más vivo es siempre quien gana, que la palabra empeñada no tiene porque cumplirse, que el que bota a su esposa, la insulta y hasta le roba puede ser en el fondo un buen tipo, que el que se enriquece sin explicación razonable es un caballerazo digno de emulación y no de repudio, que las leyes son sólo letras en formación, ¡...archen!, a las que se puede interpretar auténticamente cuando no se adaptan a nuestros deseos y que, en fin, en medio de tanta incoherencia lo único que vale es salir bien librado.

Una nueva cultura resumida en: Soy un sapazo, ¡te jodí!

Y eso es lo que se ve hoy en la televisión. A eso va la gente a los Talk Shows, a tratar de formar parte de ese mundo exitoso de los que hicieron trampa y salieron bien librados. A eso van los ex-delincuentes, los ex-drogadictos, la ex-putas, los ex-violadores, los ex-etc, etc, etc.

Todas la chismosas van allí a sentirse por un instante benefactoras de la humanidad al revelar la infidelidad conyugal, la displicencia doméstica o la presunta prostitución de la señora del frente (mismo SIN barrial).

Sin que nadie siquiera les comente: Oiga, ¿usted no sabe que las leyes protegen la privacidad de las personas? (sí, en este país de rastreo electrónico). O sin que alguien tenga la piedad de revelarle a la aludida que podría plantear un juicio por difamación y ganarlo porque la acusadora no tiene ni una sola prueba de lo que dice.

Pero claro, qué son las leyes en un país como este.

Y lo que nadie ve, y ella menos que nadie, es a la mujer solitaria que no tiene dinero para ir al cine o a algún instituto a estudiar aquello que siempre le gustó, a la mujer abandonada que jamás encontró algo constructivo que hacer y a la que esta sociedad, todos nosotros, abandonamos frente a una ventana, en una quinta llena de cuartitos-casas microscópicos, sin ninguna opción de mejorar, sin ninguna otra cosa que hacer más que mirar cómo los demás sí viven. Cómo los demás, carajo, hacen de las suyas. Pobre mujer.

¿Y qué tan culpables son de todo esto Magaly Medina, Mónica Chang, Laura Bozo y sus otras colegas?

Son inocentes.

Lo supe cuando cien niñitos bienintencionados hicieron una marcha frente al Congreso protestando contra "los programas basura" en alusión a los Talk Show, el mismo día en que más de cinco mil adultos (¿bienintencionados?), en algo muy parecido a una marcha, trataban de ingresar -todos a la vez- a un coliseo para gozar del espectáculo de un Talk Show.

Resultado del encuentro: Un niñito perdido y asustado frente al Congreso, un muerto a las afueras del coliseo por tratar de ingresar antes que nadie y, al día siguiente, diez puntos más de rating a favor del Talk Show.

No. Definitivamente son inocentes.

Su única culpa es, quizá, ser periodistas y querer vivir con confort. Eso, en un mundo en que ser periodista decente y vivir confortablemente es tan difícil como pasar un muerto de la Cantuta por el ojo de una aguja.

Son tan inocentes como esos locutores de noticias, o de programas políticos, que hace poquísimos días proclamaban el salvajismo asesino de los invasores ecuatorianos, enemigos de todos los peruanitos bien nacidos, contra los que había que combatir, y que hoy, a quien osa repetir lo que hasta ayer ellos enseñaban como verdad inmutable, lo acusan de opositor que busca el desequilibrio del país o de guerrerista desquiciado.

Sin entender, que la gente, sencilla, se la cree, pues, cuando le machacan día tras día tras día que hay que defender la patria con nuestra sangre, ni un centímetro al enemigo traicionero, que hay que aguantar como machos defendiendo nuestro suelo y que no se le puede decir de la noche a la mañana que esas son sonseras, oiga usted, estamos en la época de la globalización y el internet. Y qué cosa es un kilómetro cuadrado de pantano en la inmensidad de la patria. Y esperar que sonrían y digan: Ah claro, ¿cuál es mi telepronter?

Desear confort, esa es su única culpa. Es la razón por la que lo hacen. Repiten lo que les escriben (y a veces lo que elaboran, no sé si es peor) con énfasis y convicción porque sino a la calle hijito, y después quién paga el departamento frente al mar, el colegio de la chicas, la gasolina del carro y las escapaditas con la amante.

Confort, para que sus hijos puedan crecer sanos y fuertes, estudiar en colegios donde los profesores ganen bien y tener cable para que no vean la basura en que todos juntos hemos convertido la televisión peruana.

Pero especialmente, confort, para que nunca, nunca, nunca, a sus hijos les vaya a pasar eso de quedarse abandonados frente a una ventana, en una quinta llena de cuartitos-casas microscópicos, sin ninguna opción de mejorar, sin ninguna otra cosa que hacer más que mirar como los demás sí viven. Cómo los demás, carajo, hacen de las suyas. Todo porque mis padres no tuvieron las pelotas de cagarse en la ética y en ese muerto, desconocido, desconocido realmente, que no pasaba por el ojo de una aguja.

Y que gracias a Dios, nunca pasará. Hagan lo que hagan en la televisión.

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