Un estado del alma

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Siempre he creído que la vejez es un estado del alma.

Que ancianos son quienes, abandonados por sus buenos espíritus y por sus hadas, permiten que las cosas que los reodean vayan perdiendo color, que las personas que los rodean vayan perdiendo color, que sus ideas vayan perdiendo color, que, en fin, sus rencores, sus ternuras, sus explosiones de violencia, sus susurros de amor vayan perdiendo color, perdiendo color, perdiendo color... hasta quedar como cuadros descoloridos y descascarados.

Partiendo de esa definición he de aceptar que estoy viejo.

Que, de pronto, y sin necesitar de los años he entrado en decrepitud.
Ahora, mi mente ya no tiene una ruta definida... ni yo mismo puedo saber en que estaré pensando en el próximo minuto.

Me he convertido en una criatura que se oculta con el pretexto del frío, que omite pensar con el argumento que ya leyó los diarios y que evita opinar para no entrar en contradicciones futuras. Seguro de que enfriarse, discrepar o equivocarse no son atributos de la comodidad. Olvidando que la comodidad es uno de los disfraces de la vejez.

Estoy viejo. Supongo que es algo de lo que deberé desembarazarme con lentitud, para no dañarme a mí mismo.

No deseo permanecer más tiempo en la tercera edad del alma.

¿Y por qué te he escrito todo esto a tí? Lo ignoro. Quizá para evitar que te conviertas en otra parte descolorida de mi mundo.


chaveztoro

Comentarios

  1. Los que vivimos como tù y yo a mil por hora y probando absolutamente todo lo que la vida nos ofreciò degustar sentimos en elgùn momento que llegamos a la tercera edad del alma.No permitas que eso pase; que serìa de nosotros, tus amigos (lo somos no?),si nos convirtieramos en cuadros decoloridos y nunca màs
    llamemos tu atenciòn...

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