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Siempre me ha sorprendido la ligereza con la que algunos hombres asumen sus tareas de padres.
Y muchas veces me he preguntado si estaré capacitado para serlo.
Si llegado el momento podré transferirle a mi hijo las nociones básicas de la valentía y la caballerosidad.
Y las sutiles diferencias que tienen con la bravuconería y la mansedumbre.
Si podré entrenarlo con éxito en el difícil arte de dar la cara en los momentos difíciles. Sin estropearlo todo.
Y adiestrarlo para que pueda extraer de lo profundo de su corazón
la ferocidad necesaria para manejar las fuerzas descontroladas del universo
y la bondad imprescindible para poder guiarlas con gentileza después.
Creo que es el padre quien debería enseñarnos a proteger a los débiles.
A ser amable y delicado con los desafortunados.
A defender lo que consideremos justo.
Y, por supuesto,
a cumplir nuestra palabra, aunque eso nos cause perjuicio,
y la responsabilidad irrenunciable que tenemos con los seres que decimos amar.
Creo que no todos debiéramos ser padres.
Algunos, como yo, deberíamos seguir tratando de adquirir ciertas virtudes.
Para no arriesgamos a que, en un domingo cómo éste de junio,
alguien, mirándose al espejo, se pregunte:
¿De qué me sirvió que tú fueras mi padre?
¿De qué?
Siempre me ha sorprendido la ligereza con la que algunos hombres asumen sus tareas de padres.Y muchas veces me he preguntado si estaré capacitado para serlo.
Si llegado el momento podré transferirle a mi hijo las nociones básicas de la valentía y la caballerosidad.
Y las sutiles diferencias que tienen con la bravuconería y la mansedumbre.
Si podré entrenarlo con éxito en el difícil arte de dar la cara en los momentos difíciles. Sin estropearlo todo.
Y adiestrarlo para que pueda extraer de lo profundo de su corazón
la ferocidad necesaria para manejar las fuerzas descontroladas del universo
y la bondad imprescindible para poder guiarlas con gentileza después.
Creo que es el padre quien debería enseñarnos a proteger a los débiles.
A ser amable y delicado con los desafortunados.
A defender lo que consideremos justo.
Y, por supuesto,
a cumplir nuestra palabra, aunque eso nos cause perjuicio,
y la responsabilidad irrenunciable que tenemos con los seres que decimos amar.
Creo que no todos debiéramos ser padres.
Algunos, como yo, deberíamos seguir tratando de adquirir ciertas virtudes.
Para no arriesgamos a que, en un domingo cómo éste de junio,
alguien, mirándose al espejo, se pregunte:
¿De qué me sirvió que tú fueras mi padre?
¿De qué?
chaveztoro
Enhorabuena por tus reflexiones acerca de ser padre; coincido plenamente contigo; ojalá todos los hombres pensásemos igual ó minimamente parecido; habrian más niños felices, menos jóvenes desamparados y vencidos y menos adultos resentidos.
ResponderEliminarHasta pronto.ah........ Felices Fiestas Patrias.
Un peruano desde madrid
Juan flavio lópez